Salmo 119:97
“¡Cuánto amo yo tu ley!” Es la expresión con la que este hombre piadoso manifiesta su inmenso amor por la ley divina. El salmista hace referencia al conjunto de preceptos y mandamientos que hasta ese entonces conformaban la ley que Dios había dispensado al pueblo de Israel. Es la revelación de la voluntad divina que ha llegado hasta nosotros a través de las Sagradas Escrituras, y por medio de la cual, Dios rige la vida de su pueblo.
El amor por la ley de Dios
Es la ley de Dios la que el autor de este Salmo amaba, y a lo largo del mismo habla de su excelencia y utilidad con singulares expresiones: “Mejor me es la ley de tu boca, Que millares de oro y plata”, “¡Cuán dulces son á mi paladar tus palabras! Más que la miel á mi boca.”, también expresaba “Gózome yo en tu palabra, Como el que halla muchos despojos.” Salmo 119:72, 103 y 162. Su amor por la palabra de Dios lo inclinaba a meditar constantemente en ella, como consecuencia natural de su deleite en los preceptos divinos: “Todo el día es ella mi meditación.” Salmo 119:97.
¿Qué encontraba el escritor de este Salmo en la ley de Dios?
En las expresiones tan variadas y abundantes que encontramos en la disertación sobre este tema, es evidente el conocimiento del escritor sagrado acerca de lo que representa la ley de Dios. A lo largo de este Salmo, se refiere a ella como “los juicios de tu justicia”, “tus testimonios”, “tus estatutos”, “tus preceptos”, “tus mandamientos”, o bien, sencillamente, “tu palabra”. Pero en cada declaración hace cierta mención de la excepcional sublimidad de la palabra de Dios. Uno de los conceptos que el autor de este Salmo comprende a la perfección, es que la ley de Dios es eterna; él escribió: “Para siempre, oh Jehová, Permanece tu palabra en los cielos” Salmo 119:89. En el mismo tenor plasmó lo siguiente: “Tu justicia es justicia eterna, Y tu ley la verdad.” Salmo 119:142, y, “El principio de tu palabra es verdad; Y eterno es todo juicio de tu justicia.” Salmo 119:160. El Salmista entendía que la voluntad de Dios, expresada en su palabra, es de vigencia permanente y debía observarse en todas las generaciones.
La palabra de Dios contiene en sí virtudes y cualidades, las cuales eran observadas por el poeta de Israel, y en su meditación diaria y en la experiencia de su vida encontró que la Ley de Dios, imparte sabiduría. Ésta, tiene la capacidad de hacer sabio al hombre que es instruido en ella: “Me has hecho más sabio que mis enemigos con tus mandamientos; porque me son eternos. Más que todos mis enseñadores he entendido: porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos” Salmo 119:98-100. Similarmente escribió David en el Salmo 19 “La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: El testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño… El precepto de Jehová, puro, que alumbra los ojos… Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más
que miel, y que la que destila del panal. Tu siervo es además amonestado con ellos: En guardarlos hay grande galardón.” Salmo 19:7-11. Es la palabra de Dios una fuente de sabiduría y conocimiento para conducir la vida por el sendero del bien y claramente enseña que la Palabra de Dios es una lámpara a nuestros pies y una luz para nuestro camino “Lámpara es á mis pies tu palabra, Y lumbrera á mi camino.” Salmo 119:105.
Lo que implica amar la ley de Dios
El amor por la ley de Dios necesariamente implica disposición para obedecerla. Es imposible amar la ley de Dios sin estar dispuesto a ponerla por obra. Respecto a esto, el autor del Salmo 119 declaró a manera de petición a Dios: “Enséñame, oh Jehová, el camino de tus estatutos, Y guardarélo hasta el fin. Dame entendimiento, y guardaré tu ley; Y la observaré de todo corazón.” Salmo 119:33- 34. Es importante señalar que obedecer la ley divina no constituye una carga difícil de llevar, pues todos y cada uno de los mandamientos que Dios ha instituido en su palabra han sido establecidos para el bienestar de quienes los ponen por obra. Ninguno de ellos es irrazonable, ilógico o inapropiado. El apóstol Juan acertadamente escribió: “Porque este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son penosos” (1ª Juan 5:3). Además, amar la ley de Dios y ponerla por obra trae como recompensa la garantía de paz, firmeza y prosperidad. Dice la Escritura: “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” Salmo 119:165. Esto no significa, en ninguna manera, que no vendrán las adversidades o las acechanzas a la vida del justo. Sin embargo, la promesa contenida en esta escritura es que el que ama la palabra de Dios siempre gozará de la paz que le imparte Dios; aunque vengan las acechanzas del enemigo, no habrá para él tropiezo.
Amar la ley de Dios, entonces, es garantía de éxito y prosperidad. El Salmo 1 expresa el mismo sentimiento: “BIENAVENTURADO el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Antes en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Y será como el árbol plantado junto á arroyos de aguas, Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará.” Salmo 1:1-3. Quienes aman la ley de Dios la guardan en su corazón; y siendo el corazón el centro de las emociones y donde se originan las acciones, es fácil entender por qué no hay tropiezo para ellos. Es imposible ofender a Dios cuando el corazón está lleno de la palabra de Dios. Bien lo expresó el escritor sagrado: “En mi corazón he guardado tus dichos, Para no pecar contra ti.” Salmo 119:11. Por eso, en la era cristiana los apóstoles enseñaron a la iglesia a mantener en el corazón la palabra del Señor; el apóstol Pablo escribió a la iglesia de Colosas, diciendo: “La palabra de Cristo habite en vosotros en abundancia…” Colosenses 3:16. ¡Qué recomendación tan más atinada! Que la palabra de Dios viva en nosotros, no en escasez, sino en abundancia.
Si amar la palabra de Dios es garantía de paz y firmeza para nosotros, no hay razón para descuidarla, sino todo lo contrario: ¡Amarla! Sí, amarla como el autor del Salmo “Por eso he amado tus mandamientos Más que el oro, y más que oro muy puro.” Salmo 119:127.
El Testigo de la Fe Apostólica Enero 2021