Pascua. Fue el nombre dado a la víctima sacrificada por los hijos de Israel el día que Dios los sacó con mano fuerte y brazo extendido de la tierra de Egipto, como lo declaran las Sagradas Escrituras: “Y HABLÓ Jehová á Moisés y á Aarón en la tierra de Egipto, diciendo: Este mes os será principio de los meses; será este para vosotros el primero en los meses del año. Hablad á toda la congregación de Israel, diciendo: En el diez de aqueste mes tómese cada uno un cordero por las familias de los padres, un cordero por familia: Mas si la familia fuere pequeña que no baste á comer el cordero, entonces tomará á su vecino inmediato á su casa, y según el número de las personas, cada uno conforme á su comer, echaréis la cuenta sobre el cordero. El cordero será sin defecto, macho de un año: tomaréislo de las ovejas ó de las cabras: Y habéis de guardarlo hasta el día catorce de este mes; y lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura: con hierbas amargas lo comerán. Ninguna cosa comeréis de él cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus intestinos. Ninguna cosa dejaréis de él hasta la mañana; y lo que habrá quedado hasta la mañana, habéis de quemarlo en el fuego. Y así habéis de comerlo: ceñidos vuestros lomos, vuestros zapatos en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente: es la Pascua de Jehová.” Éxodo 12:1- 11.
De acuerdo al testimonio bíblico Dios hirió de muerte a todo primogénito de los Egipcios, pero no hubo mortandad en las casas de los hijos de Israel aquella noche, porque sus casas estaban señaladas con la sangre de aquellos corderitos inmolados: LA PASCUA. Este doloroso suceso para los Egipcios fue determinante para que Faraón, aún de noche, se levantara y diera la libertad para que los hijos de Israel abandonaran Egipto. De esta forma portentosa Dios sacó a su pueblo, que estuvo bajo la servidumbre de los Egipcios por cuatrocientos treinta años (Éxodo 12:21-23, 28-42). Para perpetuar la memoria de este acontecimiento en el pueblo de Israel, Dios estableció La Fiesta de la Pascua, la cual se celebraba cada año durante siete días: del catorce al veintiuno del mes de Abib; como está escrito: “Y este día os ha de ser en memoria, y habéis de celebrarlo como solemne á Jehová durante vuestras generaciones: por estatuto perpetuo lo celebraréis. Siete días comeréis panes sin levadura; y así el primer día haréis que no haya levadura en vuestras casas: porque cualquiera que comiere leudado desde el primer día hasta el séptimo, aquella alma será cortada de Israel. El primer día habrá santa convocación, y asimismo en el séptimo día tendréis una santa convocación: ninguna obra se hará en ellos, excepto solamente que aderecéis lo que cada cual hubiere de comer. Y guardaréis la fiesta de los ázimos, porque en aqueste mismo día saqué vuestros ejércitos de la tierra de Egipto: por tanto guardaréis este día en vuestras generaciones por costumbre perpetua. En el mes primero, el día catorce del mes por la tarde, comeréis los panes sin levadura, hasta el veintiuno del mes por la tarde. Por siete días no se hallará levadura en vuestras casas, porque cualquiera que comiere leudado, así extranjero como natural del país, aquella alma será cortada de la congregación de Israel.” Éxodo 12:14-19. Es importante mencionar que la fiesta de la Pascua fue establecida por Dios para conmemorar la liberación de los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto; en las Sagradas Escrituras también se le llama Fiesta de los ázimos (Éxodo 12:17-20) y además es nombrada La solemnidad de los panes sin levadura (2 Crónicas 30:21). La levadura estaba estrictamente prohibida durante los días de la fiesta; la levadura consistía en una pequeña porción de masa agria que servía para fermentar la nueva masa. Es de entenderse que, si el cordero era sin defecto alguno, también la masa con que se elaboraba el pan debería de ser masa pura, no fermentada o corrompida; de igual manera, quienes participaban de esta solemnidad deberían estar santificados, pues esto demanda Dios de su pueblo: Santidad. “Porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” 1 Pedro 1:16.
Por la importancia que reviste este tema se ha abundado en hechos históricos contenidos en las Sagradas Escrituras, pues trátase de la libertad del pueblo de Dios y de que los hijos de Israel celebraban con grande júbilo. No obstante, y como consecuencia del pecado que entró en el mundo desde la caída del hombre en el Edén, muchos en el pueblo estaban aún cautivos bajo la servidumbre del pecado, mayormente los pueblos gentiles que se encontraban esclavizados bajo el dominio del príncipe de las tinieblas y confinados a juicio de condenación (Romanos 5:18); empero el Eterno Dios, en sus designios, se proveyó de un Cordero desde antes de la fundación del mundo: CRISTO, NUESTRA PASCUA. Acerca de este asunto, el apóstol Pedro declara lo siguiente: “Sabiendo que habéis sido rescatados de vuestra vana conversación, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro ó plata; Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación: Ya ordenado de antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postrimeros tiempos por amor de vosotros” 1 Pedro 1:18-20; y en el libro de Apocalipsis se hace mención del Cordero, el cual fue muerto desde el principio del mundo (Apocalipsis 13:8).
Habiéndose cumplido el tiempo para que el Cordero de Dios se manifestara al mundo, Juan el Bautista, el precursor del Señor, cuando vio a Jesús que venía hacia él hizo la solemne declaración: “El siguiente día ve Juan á Jesús que venía á él, y dice: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.” San Juan 1:29; y, ya en el desempeño de su ministerio, el Señor Jesús llega a Nazaret y declara públicamente su misión, conforme a las profecías que de él estaban escritas (Isaías 61:1-3). El testimonio que da el evangelista San Lucas sobre este acontecimiento, es el siguiente: “Y vino á Nazaret, donde había sido criado; y entró, conforme á su costumbre, el día del sábado en la sinagoga, y se levantó á leer. Y fuéle dado el libro del profeta Isaías; y como abrió el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor es sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas á los pobres: Me ha enviado para sanar á los quebrantados de corazón; Para pregonar á los cautivos libertad, Y á los ciegos vista; Para poner en libertad á los quebrantados: Para predicar el año agradable del Señor. Y rollando el libro, lo dió al ministro, y sentóse: y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó á decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura en vuestros oídos.” San Lucas 4:16-21. Se había llegado el tiempo de la verdadera libertad, por Cristo, el Cordero de Dios.
También el evangelista San Juan da testimonio de las declaraciones expresadas por el Señor a los Judíos en Jerusalem, cuando les habló de la verdadera libertad a todos los que creyesen en él y perseverasen en su palabra; mensaje que causó controversia entre los mismos Judíos, quienes tenían el concepto de que ellos eran libres y que jamás servían a nadie; pero el Señor Jesús dijo: “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado. Y el siervo no queda en casa para siempre: el hijo queda para siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.” San Juan 8:34-36. Como ya se ha explicado, Dios había librado a este pueblo de la esclavitud de Egipto y les había dado posesión en la tierra prometida; ya habían pasado muchas generaciones y, sin embargo, muchos en el pueblo seguían esclavizados bajo la servidumbre del pecado. Cristo, el Cordero de Dios, vino para dar por medio de su sacrificio completa libertad, no solamente a su pueblo sino también al mundo entero, a todos los que creyesen en él (San Juan 3:16). Y habiéndose cumplido el tiempo de su ministerio, sube juntamente con sus discípulos desde Galilea a Jerusalem para asistir a la celebración de la fiesta de la Pascua, y llegado el momento, envía a dos de sus apóstoles para que aparejaran la Pascua, como está escrito: “Y vino el día de los ázimos, en el cual era necesario matar la pascua. Y envió á Pedro y á Juan, diciendo: Id, aparejadnos la pascua para que comamos. Y ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que aparejemos? Y él les dijo: He aquí cuando entrareis en la ciudad, os encontrará un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidle hasta la casa donde entrare, Y decid al padre de la familia de la casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento donde tengo de comer la pascua con mis discípulos? Entonces él os mostrará un gran cenáculo aderezado; aparejad allí. Fueron pues, y hallaron como les había dicho; y aparejaron la pascua. Y como fué hora, sentóse á la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: En gran manera he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca; Porque os digo que no comeré más de ella, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y tomando el vaso, habiendo dado gracias, dijo: Tomad esto, y partidlo entre vosotros; Porque os digo, que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga. Y tomando el pan, habiendo dado gracias, partió, y les dió, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado: haced esto en memoria de mí. Asimismo también el vaso, después que hubo cenado, diciendo: Este vaso es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” San Lucas 22:7-20. Podemos notar, en la narración bíblica de este acontecimiento, que el Señor Jesús celebró la Pascua con sus apóstoles conforme a lo establecido en la ley del antiguo pacto; pero a la vez, establece un nuevo memorial para sus discípulos y, por lo mismo, para su Iglesia: El memorial del nuevo pacto, lo que la Biblia describe como “La Cena del Señor” (1 Corintios 11:20), acto sagrado en el cual el pan representa el cuerpo de Cristo y el vino, su sangre que fue derramada.
Aquella noche de pascua el Señor fue entregado en manos de pecadores, y después de ser juzgado (injustamente) fue sentenciado a muerte por crucifixión. En aquellos momentos de grande angustia, estando clavado en la cruz, antes de expirar, exclamó: “CONSUMADO ES” (San Juan 19:30). Habíase consumado el Sacrificio de Cristo, el Cordero de Dios que fue inmolado por el pecado de su pueblo y del mundo. ¡Fue así consumada la obra de redención! Por medio de su sacrificio, obró la libertad de los que por toda la vida estaban sujetos a servidumbre; está escrito: “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es á saber, al diablo, Y librar á los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida sujetos á servidumbre.” Hebreos 2:14-15.
Ahora, a diferencia de la Pascua que celebraban los Judíos, la Iglesia de Jesucristo celebra la Santa Cena, acto sagrado en el cual los cristianos participamos del cuerpo de Cristo representado por el pan; asimismo participamos de su sangre, representada por el vino; y celebramos esta solemnidad en memoria de Cristo, como él mismo lo estableció. Acerca de esta importante solemnidad, el apóstol Pablo escribe lo siguiente: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fué entregado, tomó pan; Y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed: esto es mi cuerpo que por vosotros es partido: haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre: haced esto todas las veces que bebiereis, en memoria de mí. Porque todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga.” 1 Corintios 11:23- 26. El apóstol no omite enseñar a la Iglesia acerca del cuidado que debemos observar quienes participamos de este acto sagrado, y advierte diciendo: “De manera que, cualquiera que comiere este pan ó bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno á sí mismo, y coma así de aquel pan, y beba de aquella copa. Porque el que come y bebe indignamente, juicio come y bebe para sí, no discerniendo el cuerpo del Señor.” 1 Corintios 11:27-29. Los cristianos que hemos sido lavados y redimidos con la sangre preciosa del Cordero, debemos tener el debido cuidado de conservar la dignidad que el Señor nos ha dado como hijos de Dios. Si aquellos que participaban de la Pascua conforme al ritual del antiguo pacto se eximían de toda clase de levadura, con mucha mayor razón ahora los que integramos la Iglesia del Cordero debemos vivir una vida santa, apartados de las contaminaciones del mundo, pues escrito está: “Limpiad pues la vieja levadura, para que seáis nueva masa, como sois sin levadura: porque nuestra pascua, que es Cristo, fué sacrificada por nosotros. Así que hagamos fiesta, no en la vieja levadura, ni en la levadura de malicia y de maldad, sino en ázimos de sinceridad y de verdad.” 1 Corintios 5:7-8.
Estimados hermanos: ¡Dios os bendiga!
El Testigo de la Fe Apostólica Febrero 2021